A las historietas solamente se las conseguía en kioscos de revistas. Ha cambiado mucho desde esos tiempos, incluso más si nos ponemos a pensar que el primer número de Hora cero aparecía un 4 de Septiembre sin timidez. Fue un poco antes de que los rusos lanzaran el primer satélite artificial, Sputnik 1. El país pasaba por la dictadura de Aramburu y una de las tantas reformas de la constitución. Hacían falta personajes que cambien el gusto del día a día. Que semana a semana pudiesen dar esas historias que hicieran despertar algo más que emociones. Las historietas de Oesterheld lograron más, que los lectores crezcan y piensen. Eran obras hechas con pasión y ganas de superarse constantemente. El Eternauta, Ernie Pike y tantos otros aparecieron en el momento justo y Oesterheld terminó de hacerse su lugar en la historia. No por nada, el 4 de Septiembre se terminó convirtiendo en el día nacional de la historieta.
La cultura de lectura de historietas se fue introduciendo cada vez más en el nicho social de los argentinos. Durante décadas las viñetas supieron mantener un lugar entre el cine y la televisión que tomaba cada vez más peso. Lamentablemente no fue acompañada con una cultura de coleccionismo, tal vez por las crisis económicas y sobre todo, ese formato con varias historietas inconclusas que duraban meses o incluso años hasta llegar a su final. Por entonces los tomos recopilatorios eran algo muy raro y el destino de esas revistas distaba de ser el mejor, incluso cuando Oesteheld insistía en que las guarden porque iban a ser piezas de colección. Los álbumes de oro y ediciones especiales de Paturizito que fue una suerte de precursor de la hora cero tampoco eran vistos como objetos de colección.
Editorial Frontera (en donde se publicaba hora cero) no fue la única. Otras editoriales supieron compartir ese estandarte de calidad que incluso hoy se aplaude. De la conservadora Columba y sus estandartes El Tony y D´artagnan comenzó a surgir un imperio del cómic nacional y su otra era dorada. Su guionista estrella, Robin Wood, surgieron otros hitos como ese Martín Fierro sumerio, Nippur de Lagash, Mi novia y yo, Wolf, Jackroe entre otros. Hubo otros guionistas además de Robin que también escribieron clásicos para la editorial como Gustavo Amézaga (Manuel Morini) y Ray Collins (Eugenio Juan Zappietro). Record apareció en los setentas con Skorpio. Se animaron no solamente a los desnudos. Habían historietas que se jugaban en cuanto al contenido social e ideológico. Se lucieron autores como Carlos Trillo, Ricardo Barreiro, Ray Collins, Alberto Brescia y su hijo, Enrique, Juan Zanotto y tantos otros. Record supo apuntar a una mejor calidad en sus ediciones y si fomentó el coleccionismo. No pasó demasiado tiempo hasta que aparecieran obras clásicas recopiladas en tapa dura, o que insistieran en cuidar las revistas cuando sacaron las tapas duras para recopilar los primeros números. Esa visión madura y de buscar un respeto de la historieta como medio creció aún más cuando el señor Juan Sasturaín comenzó a editar la revista Fierro en los ochentas en una editorial bastante particular, Urraca. Allí surgieron algunas revistas políticamente incorrectas que supieron plantarse en la época de la dictadura y dar su visión de la época, Péndulo y sobre todo el dúo Humor- Superhumor. Si Columba había sido un lugar donde germinaban grandes personajes y Record una editorial que apuntaba a la calidad antes que la calidad, Fierro supuso la consagración de la historieta como medio artístico. Esa tradición que tenía la editorial de lo políticamente incorrecto fue visto como la posibilidad de romper esquemas en el plano artístico y buscar siempre ir más allá en cuanto a lo expresivo y a la calidad. Los autores se daban rienda suelta en obras como Perramus, que denunció la última dictadura con una dureza poética pocas veces vista. El Sueñero fue un delirio de aventuras antes de volverse peronista, aunque también hubo otras obras más serias como Evaristo, basada en la vida del Comisario Meneses. Parque Chas, tal vez la obra más ambiciosa de Barreiro y tantas otras.
A la larga las editoriales cierran. A Record le tocó en los noventa, Columba una década después. Desde entonces vivimos un nuevo paradigma en cuanto a ediciones. Por un lado están los fanzines que van desde obras insufribles (me arriesgo a decir el 70%) y otros que sorprenden por su calidad al punto de que rogamos tenerlos en buenas ediciones con los que esas obras se luzcan. Un poco mejores son las ediciones independientes. Por lo general aquí encontramos a autores que saben que están ofreciendo algo con una calidad que está por encima de la media y deciden arriesgarse a invertir en ediciones más que interesantes. De esto surgieron algunos autores como Dante Agrimbau, Max Aguirre y la gente de La productora. Finalmente están esas editoriales que se dedican a reeditar material clásico o inédito en ediciones un tanto más caras. A veces apuestan a nuevos autores que ya tienen su grado de consagración. Siempre publican obras completas o recopilaciones.
A pesar de que los tiempos y las formas de lectura han cambiado, la cultura de lectura de historietas en el país sigue vigente. Es cierto, los nuevos autores no tienen las facilidades de otros tiempos, pero hay medios como internet que les permiten acercarse a los lectores y a la larga (si tienen el talento suficiente) encontrarse con sus ediciones en papel. La historieta argentina supo sobrevivir a varias crisis, hoy está en una fase relativamente estable, sin embargo no tiene muchas posibilidades de crecer lo necesario para volver a esas épocas doradas.
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