A medida en la que se abren las rejas, las reclusas que entran van pasando por portales que les quitan la libertad y algo de su ser. Algunas lloran, otras como Piper Chapman (Taylor Schilling) observan con detenimiento para a la larga, entender ese sistema. Cada cual tiene su forma de enfrentarse a esto, sabiendo que el cambio es inevitable.
En la primera temporada de la serie de Netflix, Organge is the new black, la historia se centraba en la adaptación de Chapman a ese nuevo entorno y como supo ganarse un lugar, aprendiendo ese juego al interactuar con las otras reclusas, para así sobrevivir en la cárcel. Si no fuese por ese final tan climático de la temporada, se habría convertido en un personaje aburrido, ya no tenía demasiado interés ni ese conflicto tan interesante del principio. En la segunda temporada solamente los primeros capítulos están centrados en ella para que terminar de cerrar lo que pasó al final. Rápidamente deja de ser el foco central cuando Yvonne 'Vee' Parker (Lorraine Toussaint) entra en escena. La madrastra de la carismática Taystee Jefferson (Danielle Brooks), es el antagonista que la serie necesitaba. Ya no hay fanáticas religiosas con problemas mentales. Vee es una manipuladora que sabe tirar los hilos correctos para ir ganando cada vez más poder dentro de la prisión. Su falta de moral y las maquinaciones que traza dejan muy en claro que es capaz de cualquier cosa, usando a sus seguidoras como ejecutoras. Personajes como Crazy Eyes (Uzo Aduba), que estaban de relleno, al fin toman un rol mucho más fuerte gracias a ella y tienen una evolución muy interesante. La cosa va más allá. Hay conflictos con el grupo de las latinas que trabajan en cocina, y por supuesto con Red, que intenta volver a tener su grado de poder e influencia. Entre todos estos conflictos, vuelven los flashbacks, ahora mucho más acordes a lo que pasa en prisión.
Más allá de las tensiones que se dan por la búsqueda de poder, lo que importa en esta temporada es lograr encontrar en ese terreno hostil quienes son realmente. Esa búsqueda del ser, y por ende, donde está la fortaleza de cada una, le da una riqueza enorme a la historia, sobre todo porque no es explícito. Los personajes se vuelven cada vez más ricos a medida en la que la historia avanza. Desde hacía tiempo que no veía unas manipulaciones tan intensas que afecten tanto a los personajes. Las chicas sufren, dudan. Les importa formar parte de algo, pero hay valores y amistades que se ponen en juego. Al final terminan siendo víctimas, y no se animan a dar el paso necesario para salir. Por supuesto que la vida en la prisión va más allá. Hay sub tramas divertidas, como el juego de ligue entre Big Boo (Lea DeLaria) y Nicky (Natasha Lyonne), el intento de Healey (Michael Harney) de encontrar su dignidad, el embarazo de Dayanara (Dascha Polanco), con todos los dolores de cabeza que conlleva haber engendrado su hijo estando presa y por supuesto, lo que pasa con el personal de la prisión. En ese potpurrí encontramos otras reclusas que salen del molde, como Brooke Soso (Kimiko Glenn), una asiática americana con ideales progresistas y una forma muy idealizada expresar disconformidad dentro de la cárcel. Otra es Miss Rosa (Barbara Rosenblat), su lucha contra el cáncer y su forma irónica de ver la vida, nos dan un descanso dramático, incluso tierno de la trama central. Hasta la misma Chapman, con los cambios que vive a nivel legal y románticos, dan un aire distinto dentro de la historia. El final se merece una mención aparte. Cierra con mucha clase y esa dosis de rebeldía se convierte en el broche de oro que la temporada necesitaba.
Con trece capítulos, la segunda temporada de Orange is the new black cuenta uno de los dramas carcelarios más divertidos e intensos de los últimos años. Las manipulaciones y los juegos de poder se hacen todavía más interesantes gracias a esa riqueza de personajes de la serie. Está tan bien narrada y es tan intensa, que se vuelve difícil no verla de corrido.
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