miércoles, 14 de mayo de 2014

Desgracia - J. M. Coetzee


En lo que parece una historia simple, ambientada en un África cambiante, donde parece que el apartheid no se ha ido del todo, un hombre soberbio comienza su caída, y comienza a comprender que es vulnerable, solitario, y sobre todo, humano. Es allí donde busca la aceptación de sus semejantes en un entorno muy hostil, al que todos intentan no ver, y donde sus momentos de felicidad son solamente una farsa. Busca sobrevivir y existir.

David Lurie es un personaje sorprendente, un profesor de bajo nivel, soberbio. Una alumna, que es a la vez su amante, lo demanda ante las autoridades de la facultad. En su forma de ser no entra la posibilidad de pedir perdón, y prefiere perder su cargo, a hacerlo. En ese momento, donde la realidad le comienza a pesar, viaja al corazón del África, donde vive su hija con la que tiene poco trato. Allí aparecen unos personajes siniestros, de los que Lurie desconfía, pero claro, no tiene derecho de opinar. Hay otros personajes que tienden a ser patéticos, en los que el busca ese tacto humano que necesita, y comienza un proceso de cambio y aceptación. No es completo y necesita un empujón fuerte. Los negros que viven en el predio de su hija, entran violentamente a su casa, y la violan. El intenta defenderla, pero le queman la mitad de su cara. Y es en ese momento, donde ve por primera vez su vulnerabilidad y humanidad.

Aquí comienza lo verdaderamente fuerte de la novela. Un hombre humillado  tiene que aceptar ciertas decisiones de su hija para sobrevivir en ese entorno tan hostil. Debe tener el hijo de la violación, y dejar que esas personas habiten en su predio. Mientras que el busca eso que lo había convertido en un ser auto suficiente, en los amigos de su hija, a los que considera patéticos. Parece caer en un torbellino sin fondo, al que han caído los otros, pero su manera es diferente. El entorno sigue mostrándose hostil, y en algún momento, llegamos a apiadarnos de ese personaje tan desagradable, que es David Lurie.
               
A través de lo que parece un argumento simple, Coetzee trata temas como el machismo, la discriminación, la influencia social, el dolor, la soledad, y sobre todo, el vacío existencial. Lo bueno, es que no hay reflexiones filosóficas interminables, sino que todo queda en lo no escrito. El manejo de la elipsis por parte del autor sudafricano es sorprendente. Toma ese pedazo de las vidas de los protagonistas donde todo cambia, y nos hace entender sus sentimientos, y lo que sucede realmente mediante gestos, pequeñas acciones, procesos internos que llegan hasta desesperar.

Como ven, es una novela compleja, y Coetzee lo sabe, por eso la prosa es sencilla y delicada. Muy, pero muy precisa e inteligente. Los recursos literarios son alucinantes. Y los personajes los van a sorprender. Cuando estén listos para sumergirse en este entorno tan hostil (que lo disimula muy bien) léanla. No se van a arrepentir. Si no se animan, pueden ver la película homónima de Steve Jacobs. Adapta muy bien la historia

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