domingo, 25 de mayo de 2014

La guía del autoestopista galáctico - Douglas Adams


A pesar de que la narrativa transmedia está en boga hoy, hay obras que se le han adelantado y recorrido todos los medios que pudieron. Seguramente la Guía del autoestopista galáctico diría algo como que a veces se convierten en criaturas pandimensionales  inquietas. Por lo general les aburre quedarse en un solo soporte y  la monogamia con su creador, por lo que necesitan salir a hacer una vida libertina dentro de otros soportes con nuevos artistas y si es posible, conocer nuevos mundos. Muchos piensan que la Guía del autoestopista galáctico nació como un libro, que hasta hace poco, era difícil de conseguir. Sin embargo no fue así, la opera magna de Douglas Adams comenzó como un radioteatro en la BBC. Tuvo tanto éxito que tuvo que ser editado en una trilogía literaria de cinco partes. Después vinieron la serie televisiva, un video juego y la película que le dio fama mundial. Por lo general siguen la misma historia, con pequeñas variantes narrativas. La esencia es siempre la misma, lo que hace que los fanáticos estén felices.


La vida de Arthur Dent tuvo un par de sobresaltos enormes el mismo día. Primero se entera de que van a demoler su casa para construir una ruta. No le muy agradable encontrarse con una serie de trabajadores a punto de dejarte sin hogar. Fue peor cuando se enteró que la tierra estaba a punto de ser demolida por una raza burocrática conocida como Vogones. El que lo pone al tanto es su amigo Ford Prefect, un extraterrestre  que lo salva siguiendo los pasos de un libro fundamental dentro de esta saga: “La guía del autoestopista galáctico.” A partir de esto comienza una aventura espacial donde las cosas no pasan tan al azar como aparentan y terminan con revelaciones de un peso filosófico sorprendente.  Esa historia aparentemente simple, sirve como eje conductor de muchísimas explicaciones cargadas sarcasmo por parte del narrador. Sin dudas el espíritu del radioteatro estuvo vigente en todas las otras versiones, pero no molesta, sino que les imprime su personalidad.  Douglas Adams tenía mucho para criticar, desde la burocracia a la religión, sin dejar de burlarse de las obras de ciencia ficción en el medio. Este autor estudió filosofía, cosa que se nota bastante en esos momentos en los que se toma un descanso de la acción para explicarnos cosas. No es como la ciencia ficción dura, en la que nos aburren con detalles técnicos. Aquí realmente hay una filosofía y un modo de ver las cosas. Más bien de criticarlas con mucha agudeza y aún más acidez.  Es muy divertida la forma en la que se vale de la Guía del autoestopista galáctico para explicarnos sobre el universo en el que nos sumerge y sus criaturas. Los aportes son brillantes y muy imaginativos. Hay mucho que queda resonando, como el famoso pez babel, que sirve de traductor universal con sus excreciones.

Los personajes son excéntricos y son una muestra de cómo se pueden romper esquemas sin ir a lo rebuscado. A veces están en situaciones desesperantes, pero no se dan cuenta por andar discutiendo entre ellos. Posiblemente el más genial de todos es Marvin, un robot súper inteligente que es depresivo y lo hace notar. Mientras los otros personajes lo sufren, los lectores soltamos una que otra carcajada.

La guía del autoestopista galáctico es una obra de culto a la que los fanáticos recordamos siempre con cariño. Es una de esas historias que rompen esquemas y nos muestran que un escritor que se enamora de su obra puede lograr cosas brillantes sin caer en lo rebuscado a la hora de romper esquemas. Además es humor inteligente. Esas carcajadas que nos dejan pensando hacen falta cada tanto. 

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